martes, 26 de agosto de 2014

La llave impura. capitulo 1. Primera Parte.




Capitulo 1




-¡Mío!-

Claro, eso sería cierto si fuera tan alta como una modelo, pero en realidad, llegó tarde a ese departamento antes de nacer.

Suspiró.

Lamentablemente Magnatara heredó la poca estatura de su madre, una melena caótica y unos ojos tan extraños como los de su padre.

Tal vez solo debería parecerme a ella.

El problema estaba en que si ella lo quisiese, Magnatara podría ser exactamente como Salomé.

Sí, en comparación con Salomé, -la esbelta traidora de cabello color canela, ojos color oro, piel de porcelana y de unas largas y perfectas piernas kilométricas- ella no era tan agraciada. No es que fuera fea, solo que la odiosa víbora era más linda.

Oh, eso era una mentira, Magnatara era hermosa… pero solo así le encontraba la respuesta a esta apestosa situación.

Su Rakshasi se movió inquieta en su cabeza, tratando de escaparse. Si eso sucedía querría descuartizar cualquier cosa, dado a que estaba encerrada en un auto y quien estaba a su lado era su dolor de culo -amor platónico-, no sería nada productivo.

Se pellizcó el puente de la nariz en un intento por calmar su creciente enojo.


 Ahora estaba cabreada, y en definitiva sus uñas ya se estaban convirtiendo en garras.

Cálmate
.

Subió el volumen del radio –por quinta vez, luego de que su acompañante disminuyera el volumen las últimas cuatro veces.- y se recostó en el asiento de pasajero, escuchando la estrepitosa banda Rammstein y su canción Rosenrot.






Cerró los ojos con satisfacción, arrullada por la fatídica canción como si fuese una canción de cuna.

Kamlot estaba a su lado, conduciendo –después de tanto insistir en tomar el volante, Magnatara lo único que consiguió fue que le dedicara una de esas escasas sonrisas torcidas que le hacía perder el aire tan delicadamente como un puño en el estómago, pero no el volante.



Nunca el volante.

Gruñó por vez infinita por el volumen de la música.

-Deja de ser un llorón.- gritó para que pudiera escucharla, sabía que era innecesario, pero lo hizo de todos modos.

 Kamlot la ignoró y volvió a bajar el volumen. Ahora fue el turno de Magnatara para gruñir.


Él no ayuda nada a mi estado de ánimo. 


Pero no volvió a subir el volumen, cruzó los brazos en su pecho y se dedicó a mirar el bosque oscuro que se alzaba al lado de la desierta carretera, en vez de sentarse a mirar el perfecto rostro del hombre que se sentaba a su lado, otra vez.

 Magnatara ya conocía cada plano de esa cara, desde su cabello desordenado color dorado, sus ojos color océano –que cambiaba al color ámbar cuando su naturaleza real tomaba el control-, los labios finos tan besables que ella se mordía el labio inferior constantemente hasta probar su sangre para no lanzarse a conocer los besos pecadores que se esconden allí.

 Kamlot era un demonio dragón, así que está atado a una bestia… La marca –que estaba abrazándole el hombro y el brazo derecho- muy intricada en forma de dragón, lo demostraba.

Él no nació atado con el dragón, esto pasó cuando Lucifer lo escogió para ser parte de su grupo élite.

Pero nunca era tan sencillo, una vez la bestia estaba en ellos, debían aprender a controlar al dragón. Mientras eso pasa, muchas criaturas y humanos mueren bajo su crueldad.

Luego de esa temporada de sangre, los afortunados en controlar esa parte son bienvenidos en el ejército, si no, pues estaban muertos.

Los dragones cuando no eran controlados mataban a su portador.

Encantador, ¿no?

Eran –obviamente- los favoritos de su Señor, hasta que uno de ellos se alzó en contra de su creador y fueron desterrados del infierno.

 ¡Adivinen quien tuvo esa brillante idea!

Sí… La despampanante –y muy descerebrada- Salomé.

 Ella era un demonio dragón, al igual que Kamlot.

 Tenía una visión muy diferente de cómo debían ser las cosas y junto a otros que se dejaron convencer por sus palabras, decidió tomar el control.

El infierno fue un caos cuando se abrió la lucha y casi logran destronar a Lucifer.

Casi.

Los otros demonios que no se dejaron convencer por las ideas de Salomé –como Kamlot-, lucharon por defender todo lo que conocían, pero al acabar la contienda, Lucifer decidió que no podía confiar en ninguno de ellos y los echó a la Tierra sin la capacidad de volver a esfumarse al infierno.

Eso no era todo, no era por lo que Magnatara deseaba la cabeza de esa perra como regalo de navidad, no.

Además de que Salomé era la razón por la cual ya no tenía una vida, la muy zorra fue la amante –por muchos siglos - de Kamlot.

Sí, su mala suerte apestaba.

Salomé, la traidora, no solo comenzó la guerra entre los demonios que antes convivían en paz- tanta paz como era posible-, sino que también le arrancó el corazón al hombre que se sentaba junto a ella.

 Al final del día, Salomé no fue más que un instrumento de otro demonio, y cuando Kamlot le había entregado todo de sí, la demonio solo usó el rango superior de él para llegar a su objetivo. Nunca, nunca sintió nada por Kamlot porque Salomé solo tenía ojos para el demonio que la convenció de traicionar a Lucifer.

Él no tuvo que decirle nada, Magnatara escuchó los rumores de esa guerra.

Ella misma tuvo una pequeña actuación allí.

¿Cómo supo que Salomé y Kamlot estaban involucrados?

Bien, ella era una Rakshasi después de todo.

Consiguió la historia completa de buena tinta, después de una muy fácil sección de interrogatorio –tortura-.

No importa cuánto tiempo ha pasado desde eso, la lucha de Salomé y su demonio por el control del infierno, continua… de la misma forma que la melancolía acompaña a Kamlot.

No la mal interpreten, ese hombre tenía un humor divertido, era competitivo y perverso… tanto que a su Rakshasi le encantaba.

Pero Magnatara no era ciega –de hecho tenía los mejores sentidos, y no era cuestión de ego, solo la mera verdad-, y podía ver la melancolía antes de que Kamlot la escondiera detrás de alguna broma.

 ¿Acaso no era lo suficiente buena como para que él olvidara a Salomé y decidiera que se pertenecían?

Los ojos le picaron por las lágrimas.

 No te atrevas a llorar.

Caray, era una Rakshasi, una de las criaturas más malévolas de la faz de la tierra, su raza no lloraba.

Ella sí lo hacía y culpó a sus padres por eso.

Sus amados y responsables padres… Ninguno de los dos destinado al padre o madre del año, por supuesto.

Su padre era un Rakshasa1, que de alguna manera, logró hacerse con un ángel. Sí, su madre era un ángel de hermosas alas blancas.

¿Había mencionado que fue producto de una violación? Dado a que su madre no podía ir en contra del orden divino, la tuvo… y ese mismo día me dejó con su  padre. Padre que le recordaba todo el tiempo que ella no era una Rakshasi completa, como si Magnatara tuviera la culpa de ello.

Impura.

Así fue tratada. Eso sin enterarse de las vergonzosas y raras alas de ángel que se empeña en ocultar.

Aquí estaba ella, tratando de luchar con su pequeño lado benévolo. Porque sí, era solo una pequeña parte en ella.

Su padre siempre fue un hijo de puta que nunca se iba por las ramas, era todo lo que un Rakshasa debía ser, pero su madre… su madre se escondía detrás de brillos y mierdas.

Una muy joven Magnatara usó una vez su magia para convocarla.Se había asombrado por la luz que se alzó y que luego destelló en miles de pequeñas partículas brillosas. Su madre salió de eso, con una sonrisa cálida en su rostro, que inmediatamente fue sustituida por una mueca de disgusto cuando se dio cuenta de quien la convocó.

-¿Madre?- Magnatara temblaba de pies a cabeza.

Era la primera vez en trece años que la veía y no pudo evitar buscarse en sus rasgos.

Tenían la misma estatura, bueno, Magnatara era ligeramente más alta. La misma nariz de pequeña y orgullosa. La piel tersa de su madre brillaba, como si estuviera compuesta de millones de pequeños diamante. La piel tostada de Magnatara también brillaba, pero era un brillo simple comparado al resplandor de su madre.

-¡No vuelvas a llamarme de esa forma!-le ladró- Tú no tienes nada que ver conmigo. Eres tan despreciable como el monstruo que te engendró.- Magnatara retrocedió por las fuertes palabras negando con la cabeza.

-No, tengo alas. Como tú.- tartamudeó. Al principio, cuando sus alas comenzaron a crecer lo suficiente como para ser notables, ella se escapó una noche y vagó por el bosque en busca de alguien que pudiera arrancarlas.

 Su padre la trataría peor si las descubriera y Magnatara ya estaba cansada de las humillaciones y sobre todo de los golpes que estaban destinados a matar su lado angelical.

Pronto se encontró con alguien que ni siquiera esperó a que le hiciera su petición y luego de golpearla como si la conociera, le arrancó las alas de un doloroso tirón para luego desaparecer.

 Nunca reconoció a quien lo hizo, tampoco importaba.

Después de llorar por el terrible dolor, volvió a casa de su padre antes de que notara su ausencia.

 En la mañana Magnatara se levantó y corrió al espejo de su habitación para mirar su espalda, que todavía dolía, fíjate. Su reflejo le devolvió una pesadilla.

De las ranuras de donde fueron arrancadas sus alas, nacían unas nuevas.

Ahogó un grito.

Luego de mirarse en el espejo, decidió usar la magia para arrancarlas, pero solo logró hacer que sus alas se retractaran dentro de su espalda. Era mejor que nada. Lo único que jodió la perfección, es que las alas le dolían si no las liberaba constantemente.

Ahora con su madre de frente, tal vez comprendiera que ella es un ángel y la llevaría lejos de su padre. Pero los ojos lavanda de su madre se oscurecieron por la furia y en menos de lo que pudo imaginar, le cruzó la cara con una bofetada. Golpe que le escoció, pero no tanto como el rechazo que se alzó alto y claro como un letrero de neón.

-Nunca, escúchame bien niña, nunca serás como yo. Y si vuelves a convocarme, será lo último que harás.-

Desde ese día comprendió que su parte Rakshasi era más sincera que su parte angelical. Su madre logró que hiciera lo que su padre nunca pudo, odiar su mitad ángel.



En el presente Magnatara volvió a subir el volumen del radio y se dejó caer en el asiento. Necesitaba las notas graves del rock para calmarse un poco.

 Al menos ya no tenía ganas de llorar, ahora estaba molesta, otra vez. Hola, bipolaridad. Recordar su trágica historia familiar tenía siempre ese efecto.

El demonio, volvió a bajar el volumen.

-¿Puedes dejarlo ya? Estoy tratando de escuchar música- Cálmate, cálmate. 

 Kamlot desvió los ojos de la carretera y por primera vez desde que se subieron al auto, la miró.

-¿Qué va mal?

-¡Tú!- soltó, haciendo que él soltara una corta carcajada.-Ya te estás convirtiendo en un viejo amargado.

-Vamos, tú y yo sabemos que eso no es cierto.- Magnatara sabía que trataba de distraerla, lo más patético del caso, era que estaba funcionando.

Su Rakshasi ya no estaba presionando en su cabeza por salir. Quién lo diría.

-Tienes cuatro cientos cincuenta años más que yo Kamlot, acéptalo. No se lo diré a nadie.- El demonio puso los ojos en blanco.

-Que el volumen extremo afecte mi sensible audición solo demuestra que mis sentidos son mejores que los tuyos, no que estoy viejo.- Soltó un bufido y luego alzó la barbilla de manera orgullosa. Si él pensaba de esa manera, entonces Kamlot se había quedado dormido al volante, estaba hablando en sueños.

-¿En serio vamos a ponernos a discutir quien es mejor? Te he pateado el culo más veces de las que puedes contar y eso no es ningún secreto. Ambos sabemos que soy más fuerte que tú.- De repente, en medio de la nada, descubrieron una gasolinera. Eso hizo que ella se sintiera mejor.

- Quiero caramelos.-

-Debemos llegar al templo cuanto antes, Magnatara. Esta parada no es necesaria.-

 Entonces Kamlot no iba a detenerse.

-Detente. Ahora.- Su voz se escuchaba fría, para nada como su voz normal.

La Rakshasi estaba a punto de salir y el demonio lo sabía. También sabía las consecuencias.

Fue inteligente y aparcó el auto.

No esperó a que él dijera algo, solo se bajó a tomar aire fresco.

Se recostó del auto y escuchó que Kamlot abría la puerta. Estuvo frente a ella en menos de un parpadeo, estaba evidentemente preocupado.

Un demonio preocupado, ¿cuán incongruente era eso? Pero ella no quería verlo, no cuando el demonio la rechazaba siempre que tenía la oportunidad, así que le esquivó. Frustrada, triste y enojada caminó hasta la puerta mientras cambiaba su aspecto. No había nadie allí, aparte del demonio para que la viera y el humano vería cualquier cosa que Magnatara quisiera que viera, por lo tanto tampoco era algún problema.

 Ahora ella tomaría todo lo que quisiera. Oh, y eso era suficiente para hacerla sonreír.





Kamlot miró a la pequeña fiera alejarse y maldijo cuando vio que su cabello cambió de color y de largo.

Tan seguro como el infierno que sus facciones también lo habían hecho y ella no tomó la delicadeza de escudarse de cualquier cabrón mirón que estuviera cerca para hacer su truco.

¿Acaso estaba loca?

Su dragón hizo una rápida inspección del lugar y se relajó cuando no encontró peligro, pero él no podía relajarse, no al lado de Magnatara.

Ella era una constante fuente frustración envuelta en un bonito paquete.

Uno muy bonito por cierto.

La Rakshasi poseía los rasgos más perfectos que jamás vio en una criatura. Y no es que él estuviera interesado en ella, solo decía lo que era obvio.

 Magnatara tenía una larga, espesa y sedosa melena ondulada que bailan a lo largo de su espalda hasta las caderas con una variada gama de tonos marrones, que cualquier mujer mataría por tener. Sus grandes ojos, rodeados de espesas pestañas, de un extraño color granate, eran inteligentes y nada se le escapaba. Sus labios, carnosos, tentadores que le perseguían hasta en sueños.

El cuerpo de la guerrera era pequeño en comparación con él, pero maldición si no era el más espectacular que había visto nunca.

 Magnatara era toda curvas y perfectas proporciones.

Todo eso, con una piel sorprendentemente sorprendente. La piel parecía rociada con escarcha o diminutos diamantes. No era lo suficiente como para cegar a alguien, era algo tan sutil que Kamlot no entendía de donde lo había heredado. Pero era hipnotizante cuando el sol o cualquier luz le iluminaban, le tentaba a acariciar esa piel con la lengua. Además su olor a vainilla tampoco le ayudaba mucho. Más era algo a lo que podía resistirse, pero no dejaba de admirar.

Al final sigo siendo un tío.

El demonio conoció a la Rakshasi hace siglos atrás, cuando visitó a una colega.

 Urel tenía unas amistades interesantes. ¿Conocer a una Rakshasi? Era más que un milagro, pues en realidad quedaban pocos de ellos. Esa raza de demonios era conocida por nunca haber pisado el infierno.

Además de ser poderosos guerreros, podían usar la magia y la ilusión. Cómo si fuera poco, también puodían cambiar de forma. ¿Olvidaba mencionar que sus garras eran venenosas?

Sí, eran una raza que se debía tener muy en cuenta.

¿Cómo llegó esa condenada sexy molestia a estar con él de camino al templo?

 Magnatara se invitó sola. Lo cual no era nada extraño.

Ella saltaba de felicidad siempre que alguien –cualquiera de sus conocidos- tuviera algún tipo de misión.

No debías preguntarle si quería ayudar, porque ella simplemente ya estaba preparada y en la puerta a punto de salir.

Así que cuando él recibió la extraña llamada para ir al Templo de los Oráculos, ella estaba de visita en el complejo donde vivían algunos de los desterrados. Estaba acompañada de Urel cuando Kamlot dijo que salía por unos días. Magnatara se había puesto de pie y despedido de la demonio dragón para salir justamente en su busca.

-¿A dónde iremos?- él no necesitó darse vuelta para verla, sabía exactamente como lucía.

Sus ojos estaban brillantes de emoción, su sonrisa amplia, llena de suficiencia porque nadie le diría que hacer. Maldición él pudo haberla amarrado y aun así ella hubiese encontrado la manera de llegar. Magnatara siempre lo hacía.

El demonio dragón no perdió el tiempo en discusiones, no esta vez.

Hacía unos meses , él lo hizo. Kamlot trabajaba solo, siempre fue de esa manera y no iba a cambiarlas ahora.

Obviamente la Rakshasi no se inmutó por nada de lo que le dijo y fue de todos modos. Era humillante decir que ella pateó más culos de demonios que él mismo.

Luego ella lo miró, alzando su barbilla obstinadamente.

-Ellos llevan meses detrás de ti, yo solo vine para terminar lo que comencé.- Kamlot abrió la boca.

¿Ellos le habían seguido durante meses? ¿Por qué ella no le dijo nada?

- Nunca, nunca vuelvas a decir que no te sirvo de ayuda, cuando tú mismo no puedes percibir una mierda. Tal vez debes dejar de pensar en Salomé y ver lo que realmente te rodea. Pero, ¡no te preocupes por mí! La próxima vez dejaré que se hagan contigo.- Entonces ella caminó alejándose, dejándolo allí sorprendido y sin nada que decir para detenerla. Kamlot la hirió, eso lo sabía… pero eso era algo que ella podía manejar, ¿no?

-Iremos al Templo de los Oráculos- le contestó por fin, pateando sus recuerdos a un rincón de su mente.

 Magnatara dio un chillido de alegría.

-Me encanta, me encanta ese lugar.-Luego bailó hasta quedar frente a él, bloqueándole el paso. Lo miró fijamente, con esos ojos encendidos quemando todo dentro de él.- Y no me digas que me voy a quedar, porque no creo que sepas llegar al Templo tan bien como yo. De hecho, no creo que sepas un carajo de adonde te diriges.- Sorpresa de las sorpresas. Todos sabían la existencia del Templo, muy pocos sabían cómo llegar. ¿Por qué ella sabía dónde estaba?

-No pensaba hacerlo.- Magnatara parpadeó par de veces, sorprendida.

- ¿Nos vamos ahora?-

-Cuando estés lista.- Entonces ella sonrió de la manera más sexy que jamás pensó ver en el rostro de alguien.

-Pues vámonos.- se subieron juntos al auto y desde allí no se habían detenido hasta ahora.



Magnatara salió con una gran sonrisa y muchas bolsas en sus manos, haciendo que el demonio se concentrara en el presente.

Él estaba seguro que la mayor parte del contenido de las bolsas debían ser caramelos.

Todavía Kamlot no podía entender como era que la Rakshasi comía tantas cantidades de dulces, pero era una forma de mantenerla de buen humor.

El demonio se recostó del auto y metió las manos a los bolsillos, observando ese recién vaivén seductor de su caminar.

Entonces, ella comenzó a cambiar nuevamente.

El cabello rubio que llevó dentro de la pequeña tienda se fue oscureciendo hasta quedar del color canela que Kamlot conocía tan bien, el color granate de sus ojos quedó sustituido por el oro líquido y hasta su estatura era diferente. Contuvo el aliento.

Salomé.

 Ella sonrió abiertamente y se detuvo a escasos centímetros de distancia. Miles de pensamientos le cruzaron por la mente.

La traición. Su destierro.

-¡Joder, Magnatara! ¿Quieres que te deje aquí tirada?- Ella volvió a su apariencia verdadera y estrechó los ojos.

-Inténtalo.- le retó.

-Eres un total dolor de culo, ¿lo sabías?- Un leve rastro de dolor cruzó sus ojos, pero desapareció tan rápido que Kamlot pensó que lo había imaginado.

Al fin y al cabo, ella era una Rakshasi. Ella le sacaría las tripas a su padre, mientras éste aún la estuviera viendo y se reiría de eso felizmente.

-Oh, bebé, me han dicho cosas peores. Debes intentar ser más creativo para sobrepasarlos.- se encogió de hombros como si nada. Molesto.

-Vámonos.- Ahora quien estaba furioso era él.

Se subieron al auto y Magnatara lo ignoró por completo.

Mientras se sentía como la mierda, Kamlot recordó como la Rakshasi le ayudó cuando estaba a punto de morir.

Sí, ella me ha salvado más veces de lo que estoy dispuesto a admitir. Tal vez Magnatara tuviera razón de todos modos. Él sí se estaba convirtiendo en un viejo…

Luego de la guerra que comenzó en el infierno, fueron desterrados, sin la oportunidad de haberse recuperado.

 Eso era lo que Xhotan esperaba, el maldito bastardo lo había atacado cuando él casi no tenía fuerzas, debido a todas las graves heridas que sufrió. Estaba seguro que se tragaría su orgullo y ego ese día, pero Magnatara llegó, arrastrando a una muy magullada Salomé con las garras en su cuello.

Si ella decidía cortar aunque fuera un poco con esas garras, el veneno se esparciría rápidamente por el torrente sanguíneo, sin ninguna oportunidad de sobrevivir.

No era que Magnatara necesitara de la amenaza, ella misma podía haberse ocupado sola del demonio, pero eso solo fue una movida en su partida de ajedrez.

 Xhotan miró a Salomé, no se inmutó por el inminente peligro que sufría la criatura que lo arriesgó todo por él y continuó su camino hasta Kamlot.

-¿Ves? Esa es la diferencia entre nuestros hombres –le dijo a Salomé-. Al tuyo, tú no le importas más que el barro en sus botas.- La soltó y en menos de un parpadeó estaba entre medio de los demonios, con un siseo de advertencia.

- ¡Mío!- Y cuando se abalanzó por la garganta de su enemigo, él se esfumó.

¿Cómo la Rakshasi llegó a ese lugar en ese preciso momento?

Era algo que Kamlot se había preguntado todo el tiempo. Además de que no entendía el hecho de que ella le había reclamado.

Pero no estaba muy seguro de esa parte, no cuando minutos después, patéticamente, perdió el conocimiento.

Al despertar, se encontró al cuidado de Urel, sin el rastro de la pequeña Rakshasi.


Continuará....


1 Procedentes de una antigua raza hindú de bestias mitológicas. Tienen la capacidad de transformarse en cualquier figura humana. Son muy hábiles con la magia, sin embargo, los conjuros no le afectan. Son seres solitarios pero muy organizados y leales entre ellos. La mujer Rakshasa, conocida como Rakshasi, es un miembro igual de importante en la sociedad que los Rakshasa.




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